Érase una vez un pirata
que navegaba por el mar, como suelen hacer todos los piratas que se
precien. Sin embargo, este no era un pirata cualquiera. La mayoría
de los piratas se pasaban la vida entregados a un extraño ritual
cuyo sentido sólo ellos comprendían. El rito consistía en lo
siguiente: un barco pirata iba cargado con el tesoro que recién
había sido robado para, después, cruzarse de imprevisto con otro
barco cuyos piratas también acababan de conseguir un suculento
botín; entonces, la avaricia rompía el saco y, en lugar de
ignorarse mutuamente, ambas tripulaciones se ensartaban en una orgía
de pólvora, gritos y cañonazos para finalmente terminar con ambos barcos desamparados, media tripulación hecha pedacitos y dos
valiosos tesoros en el fondo del mar.
A pesar de esto, nuestro
pirata no era así de absurdo ni mucho menos. Nuestro pirata estaba
enamorado del mar, conocía el lenguaje que le susurraban las olas,
sabía en qué momento la brisa podía cambiar de dirección y era
capaz de entenderse con las criaturas marinas que solían acercarse a
su barca. Y es que nuestro pirata, cansado un día de artificios y de
luchas entre distintos bandos, decidió empezar a moverse por el agua
sólo con la ayuda de un modesto bote de remos, dejando su enorme y
lujoso barco anclado en un puerto al que no había regresado desde
entonces.
Nuestro pirata atesoraba
experiencias. Disfrutaba con la belleza que le rodeaba, aquella que
era natural en el mundo. Siempre llevaba su acordeón consigo y,
cuando las cosas se ponían feas, alegraba el ambiente con la música
que le salía directamente del corazón. De hecho, su música lograba
hechizar a aquellos que tenían la suerte de escucharla. Se rumoreaba
que, en cierta ocasión, había conseguido detener una guerra cuando
las dos flotas enemigas estaban a punto de entrar en batalla. En ese
momento, él, despreocupado, pasó entre ambos contendientes tocando
el acordeón sobre su bote de remos, el cual era arrastrado
pacíficamente por la corriente, haciendo que los capitanes de
repente decidieran que el conflicto tampoco era para tanto y diesen
media vuelta.
Todo iba bien en la vida
del pirata. En ocasiones, actuaba como diplomático y consejero allí
donde se le necesitaba para garantizar la calma en todo lo vasto y
ancho del mar. Sin embargo, un día ocurrió algo inesperado.
Había decidido dejarse
llevar un poco más por unas corrientes que le eran desconocidas, y
éstas lo condujeron despacio, pero con firmeza, a una isla que
parecía estar desierta. Lo primero que notó cuando desembarcó fue
que aquel lugar le resultaba extrañamente familiar. Avanzó con los
pies descalzos por la arena e inmediatamente se sintió relajado,
como en casa. De pronto, mientras caminaba, le pareció escuchar
unos sollozos que provenían del otro lado de la playa. Como, debido
a la vegetación que existía en el centro de aquella isla, era
incapaz de ver quién era esa persona que parecía necesitar ayuda,
apresuró sus pasos atravesando el pequeño bosquecillo que separaba
ambas orillas.
Cuál no fue su sorpresa,
cuando descubrió a una sirena varada que intentaba inútilmente y
con gran esfuerzo ponerse de pie. El pirata corrió hacia ella y se
agachó para tomarla entre sus brazos. Sin embargo, en cuanto alargó
las manos, ella lanzó un gemido lastimero que provenía desde lo más
profundo de sus entrañas. Asustado y confuso, el pirata clavó sus
rodillas en la arena sin saber qué hacer. Entonces, la sirena le miró
a los ojos y, sin dejar de sollozar, dijo con una voz impregnada de
derrota:
—
Lo he intentado todo, pero no funciona.
El pirata, extrañado, le
preguntó:
—
¿Qué es lo que no funciona?
La sirena, tratando de
explicarse, dejó de llorar y comenzó su breve narración:
—
Hace mucho tiempo, fui víctima de una maldición que me ha
transformado en lo que soy ahora. Antes era una joven que caminaba
sobre dos piernas, hasta que una bruja que envidiaba algunas de mis
cualidades decidió lanzarme un maleficio. Desde entonces, he sido un
monstruo. Nadie ha querido acercarse, y es que mi naturaleza produce
un miedo paralizador en todo aquel que me ve. Mi nueva apariencia
hizo además que las personas que eran más importantes para mí se
marchasen. Fue muy difícil quedarme sola, con esta cola de pez,
durante tanto tiempo. He intentado todo lo que he podido para volver
a caminar pero ¡no tengo piernas! Soy incapaz de hacer las cosas que
hacía antes: bailar, saltar, correr... Estoy atrapada para siempre
en este cuerpo y, debido al terror que genero en los demás, hace
tiempo que perdí la esperanza de que alguien se acercara para
ayudarme.
El pirata desconocía el
poder de la magia negra. Había escuchado cuentos, leyendas, acerca
de malvadas brujas que se divertían causando dolor por mero placer.
Incluso, en cierta ocasión, le había parecido ver a una de ellas. Aún
así, él nunca había profundizado en esos temas porque sabía que
no llevaban a nada bueno.
Sin saber qué hacer para
consolarla, el pirata decidió regalarle aquello que mejor sabía
hacer. Tomó a la sirena en brazos y la llevó hasta su barca. Una
vez allí, sacó su acordeón y empezó a tocar una alegre melodía
para animar a su nueva amiga. Como por arte de magia, mientras las
notas iban describiendo espirales en el aire, la cola de pez de la
muchacha empezó a transformarse, poco a poco, en las piernas que en
algún momento habían sido.
De pronto, la tristeza de
la mirada de la joven se convirtió en felicidad. Ninguno de los dos
comprendía muy bien lo que había pasado, pero estaba claro que acababa de suceder algo fuera de lo común. La joven cubrió su cuerpo con
algunas de las redes que el pirata llevaba en su bote; y así, mujer
y pirata, salieron de aquella isla poniendo rumbo a tierras exóticas
que aún estaban por descubrir.
Mientras el pirata
remaba, atravesando sin dificultad las olas que mecían la barca con
un ligero vaivén, le preguntó a la joven:
—
Bueno, ¿y a ti qué te parece el oficio de pirata?
—
Es una actividad interesante, desde luego.
—
Estupendo. Empezaré enseñándote a remar...
La verdad es que me recuerda en algo a las aventuras de Guybrush Threepwood en Monkey Island.
ResponderEliminarFrikazo :)
EliminarUn pirata fuera de toda ley (especialmente de la ley de los piratas) es al final quien mejor acepta distinciones que hasta el mejor amigo calificó de defectos; será un cuento, pero suena de lo más factible.
ResponderEliminarUn abrazo!