11.3.13

El pirata y la sirena


Érase una vez un pirata que navegaba por el mar, como suelen hacer todos los piratas que se precien. Sin embargo, este no era un pirata cualquiera. La mayoría de los piratas se pasaban la vida entregados a un extraño ritual cuyo sentido sólo ellos comprendían. El rito consistía en lo siguiente: un barco pirata iba cargado con el tesoro que recién había sido robado para, después, cruzarse de imprevisto con otro barco cuyos piratas también acababan de conseguir un suculento botín; entonces, la avaricia rompía el saco y, en lugar de ignorarse mutuamente, ambas tripulaciones se ensartaban en una orgía de pólvora, gritos y cañonazos para finalmente terminar con ambos barcos desamparados, media tripulación hecha pedacitos y dos valiosos tesoros en el fondo del mar.

A pesar de esto, nuestro pirata no era así de absurdo ni mucho menos. Nuestro pirata estaba enamorado del mar, conocía el lenguaje que le susurraban las olas, sabía en qué momento la brisa podía cambiar de dirección y era capaz de entenderse con las criaturas marinas que solían acercarse a su barca. Y es que nuestro pirata, cansado un día de artificios y de luchas entre distintos bandos, decidió empezar a moverse por el agua sólo con la ayuda de un modesto bote de remos, dejando su enorme y lujoso barco anclado en un puerto al que no había regresado desde entonces.

Nuestro pirata atesoraba experiencias. Disfrutaba con la belleza que le rodeaba, aquella que era natural en el mundo. Siempre llevaba su acordeón consigo y, cuando las cosas se ponían feas, alegraba el ambiente con la música que le salía directamente del corazón. De hecho, su música lograba hechizar a aquellos que tenían la suerte de escucharla. Se rumoreaba que, en cierta ocasión, había conseguido detener una guerra cuando las dos flotas enemigas estaban a punto de entrar en batalla. En ese momento, él, despreocupado, pasó entre ambos contendientes tocando el acordeón sobre su bote de remos, el cual era arrastrado pacíficamente por la corriente, haciendo que los capitanes de repente decidieran que el conflicto tampoco era para tanto y diesen media vuelta.


Todo iba bien en la vida del pirata. En ocasiones, actuaba como diplomático y consejero allí donde se le necesitaba para garantizar la calma en todo lo vasto y ancho del mar. Sin embargo, un día ocurrió algo inesperado.

Había decidido dejarse llevar un poco más por unas corrientes que le eran desconocidas, y éstas lo condujeron despacio, pero con firmeza, a una isla que parecía estar desierta. Lo primero que notó cuando desembarcó fue que aquel lugar le resultaba extrañamente familiar. Avanzó con los pies descalzos por la arena e inmediatamente se sintió relajado, como en casa. De pronto, mientras caminaba, le pareció escuchar unos sollozos que provenían del otro lado de la playa. Como, debido a la vegetación que existía en el centro de aquella isla, era incapaz de ver quién era esa persona que parecía necesitar ayuda, apresuró sus pasos atravesando el pequeño bosquecillo que separaba ambas orillas.

Cuál no fue su sorpresa, cuando descubrió a una sirena varada que intentaba inútilmente y con gran esfuerzo ponerse de pie. El pirata corrió hacia ella y se agachó para tomarla entre sus brazos. Sin embargo, en cuanto alargó las manos, ella lanzó un gemido lastimero que provenía desde lo más profundo de sus entrañas. Asustado y confuso, el pirata clavó sus rodillas en la arena sin saber qué hacer. Entonces, la sirena le miró a los ojos y, sin dejar de sollozar, dijo con una voz impregnada de derrota:

Lo he intentado todo, pero no funciona.

El pirata, extrañado, le preguntó:

¿Qué es lo que no funciona?

La sirena, tratando de explicarse, dejó de llorar y comenzó su breve narración:

Hace mucho tiempo, fui víctima de una maldición que me ha transformado en lo que soy ahora. Antes era una joven que caminaba sobre dos piernas, hasta que una bruja que envidiaba algunas de mis cualidades decidió lanzarme un maleficio. Desde entonces, he sido un monstruo. Nadie ha querido acercarse, y es que mi naturaleza produce un miedo paralizador en todo aquel que me ve. Mi nueva apariencia hizo además que las personas que eran más importantes para mí se marchasen. Fue muy difícil quedarme sola, con esta cola de pez, durante tanto tiempo. He intentado todo lo que he podido para volver a caminar pero ¡no tengo piernas! Soy incapaz de hacer las cosas que hacía antes: bailar, saltar, correr... Estoy atrapada para siempre en este cuerpo y, debido al terror que genero en los demás, hace tiempo que perdí la esperanza de que alguien se acercara para ayudarme.

El pirata desconocía el poder de la magia negra. Había escuchado cuentos, leyendas, acerca de malvadas brujas que se divertían causando dolor por mero placer. Incluso, en cierta ocasión, le había parecido ver a una de ellas. Aún así, él nunca había profundizado en esos temas porque sabía que no llevaban a nada bueno.

Sin saber qué hacer para consolarla, el pirata decidió regalarle aquello que mejor sabía hacer. Tomó a la sirena en brazos y la llevó hasta su barca. Una vez allí, sacó su acordeón y empezó a tocar una alegre melodía para animar a su nueva amiga. Como por arte de magia, mientras las notas iban describiendo espirales en el aire, la cola de pez de la muchacha empezó a transformarse, poco a poco, en las piernas que en algún momento habían sido.

De pronto, la tristeza de la mirada de la joven se convirtió en felicidad. Ninguno de los dos comprendía muy bien lo que había pasado, pero estaba claro que acababa de suceder algo fuera de lo común. La joven cubrió su cuerpo con algunas de las redes que el pirata llevaba en su bote; y así, mujer y pirata, salieron de aquella isla poniendo rumbo a tierras exóticas que aún estaban por descubrir.

Mientras el pirata remaba, atravesando sin dificultad las olas que mecían la barca con un ligero vaivén, le preguntó a la joven:

Bueno, ¿y a ti qué te parece el oficio de pirata?

Es una actividad interesante, desde luego.

Estupendo. Empezaré enseñándote a remar...


3 comentarios:

  1. La verdad es que me recuerda en algo a las aventuras de Guybrush Threepwood en Monkey Island.

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  2. Un pirata fuera de toda ley (especialmente de la ley de los piratas) es al final quien mejor acepta distinciones que hasta el mejor amigo calificó de defectos; será un cuento, pero suena de lo más factible.

    Un abrazo!

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