El portal tenía el mismo
aroma que su coche, una mezcla de melocotón dulce e intenso tabaco negro. La imagen de Louis y de su mirada de niño desencantado
pasó fugazmente por mi mente. Mi acompañante tiraba de mí hacia
arriba por las escaleras mientras un nudo se iba haciendo cada vez
mayor en mi garganta. Cuando estábamos frente a la puerta de su
casa, yo con los ojos idos, mi acompañante con una mano en mi culo y
otra en el bolsillo buscando las llaves del apartamento, puse mi mano
en su brazo y dije:
—
Disculpa, pero creo que me voy a casa.
Dejó de buscar las
llaves y retiró la mano de mi trasero mientras dirigía hacia mí
una mirada de incredulidad.
—
¿Otra vez?
—
Sí.
—
Joder, Sabrina, ¿de verdad otra vez? Anda, entra y tomemos la última
copa.
—
No, prefiero ir a casa.
—
Pero ¿por qué? Nos estábamos divirtiendo, ¿no? Hemos bailado,
hemos bebido, nos hemos reído... Pensaba que por fin querrías
entrar a follar de una maldita vez, ¿qué te pasa?, ¿te divierte
ponerme al límite siempre?
—
Perdóname, pero me voy.
—
Hala, pues muy bien. La tercera vez esta semana que me dejas tirado.
Dime, si no quieres follar, ¿para qué me llamas?
—
...
—
Pensaba que no eras tan mojigata para acostarte con un tío. A ver si
maduras de una vez, niñata.
Sacó por fin las llaves
del bolsillo y entró en su apartamento cerrando la puerta sin
mirarme. Me di la vuelta despacio mientras me dirigía hacia las
escaleras. Salí del portal dejándolo abierto.
Maldito aroma a tabaco y
melocotón.
Mientras tiritaba por las
calles pensaba en Louis. Si hubiera estado conmigo me hubiese
ofrecido un cigarrillo y su chaqueta de cuero para que dejase de
tener frío. A veces me preguntaba qué hubiese sido de mí de
habernos dado una oportunidad. Estaba convencida de que probablemente
seríamos infelices, por eso no le dejé acercarse a más de
cincuenta metros. Sabía que terminaría por no soportar su fuerza,
su optimismo y su despreocupación por el mundo. Por otro lado, me
ponía enferma que eso me pusiera enferma. Porque si eso me ponía
enferma, terminaba donde había terminado esa noche: frente a la
puerta de un gilipollas que pretendía acostarse conmigo sólo porque
había sido la primera en caer. Ya ni siquiera sabía por qué me
bajaba las bragas. El sexo me aburría, ya no disfrutaba con las
miradas fugaces, el flirteo previo o los roces de piel aparentemente
casuales que no lo eran en absoluto. No me divertía entrar en la
trampa de seducción de ningún tipo haciéndome la tonta y simulando
que no sabía muy bien qué hacía. Por lo que me concernía, yo ya
había follado todo lo que tenía que follar. Era todo tan mecánico.
Tan absurdo. Tan carente de emoción. Era lo malo y lo bueno de dejar
de ser virgen a los doce años, que no va a venir nadie a descubrirte
algo nuevo ocho años después.
Llegué a casa. Tan
desordenada como siempre. Salió Bruce a recibirme babeando y con
cara de tonto. Si no fuera por este jodido perro ya me habría
quitado de en medio. Me serví un tequila con limón y me quedé
vestida sólo con vaqueros y sujetador. Bruce se acercó a mí y
hundió su hocico en mi mano. Le miré. Deduje que tenía hambre y
abrí un nuevo saco de pienso. Habían cambiado la presentación,
ahora parecía pienso gourmet para perros de alto standing.
Tres tequilas después
tenía una mano en el móvil y otra dentro de las bragas. Llamé a
David para que me leyera en voz alta la última parte de su novela y,
de paso, me dijera qué pensaba hacer conmigo cuando fuera a su casa
el próximo fin de semana. Era lo único que me excitaba últimamente:
su voz a través de un aparato electrónico.
—
No puedes venir... Clara ha cambiado el vuelo y llegará con su
madre.
—
Joder, David, ¿otra vez?
—
Sí, Sabri... lo siento.
—
Ah... esto es karma sexual.
—
¿Karma sexual?
—
Sí... qué estúpida soy. David, ¿qué coño hago yo contigo?
Tienes novia, vives en el quinto pino... Y a pesar de eso, eres mi
relación más estable. Debo de estar como una puta cabra.
—
Yo creo que es excitante.
—
Y yo creo que soy imbécil, ¿sabes lo peor? Que si te tuviera delante
no me pondrías en absoluto. Sólo quiero escucharte por teléfono,
tocarme y cagarme en ti por joderme el fin de semana. Me apetecía ir
a Lugo después de nueve meses sin pisar el norte.
—
Sabri, te conozco, ¿qué te pasa?
—
Que un tío se ha enfadado conmigo por dejarlo con las ganas por
tercera vez. Y me ha llamado niñata.
—
En serio, ¿dónde te los buscas?
—
A la salida del juzgado.
—
Anda, vete a dormir... mañana será otro día.
—
Eso voy a hacer...
—
Venga, hasta luego Sabri. Y que sepas que te quiero.
—
Eso se lo dices a tu novia, gilipollas.
Colgué.
No soportaba que se
pusiera cariñoso conmigo desde la distancia, me sacaba de mis
casillas.
Fui al microondas para
hacer palomitas mientras elegía qué película ver para terminar tan
desastrosa noche.
Ah... Casablanca. Un
clásico de los que ya no hacen para poder beber sin culpabilidad a
la par que el desgraciado de Rick. Ojalá yo fuera otra persona.
Ojalá fuera Ilsa Lund y pudiese elegir como ella, de forma
pragmática, al hombre que la haría feliz el resto de su vida sin
complicaciones. El hombre sencillo, el hombre sin terribles cargas
emocionales a sus espaldas, el hombre ideal, el hombre por el hombre.
Suspiré.
Menuda mierda, Bogart
no se parece en absoluto a Louis, pensaba con mi
plato de palomitas delante mientras mordía un melocotón.
Me encanta.
ResponderEliminarNo sé si iré al entierro...
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