26.8.14

El romanticismo ha muerto


El portal tenía el mismo aroma que su coche, una mezcla de melocotón dulce e intenso tabaco negro. La imagen de Louis y de su mirada de niño desencantado pasó fugazmente por mi mente. Mi acompañante tiraba de mí hacia arriba por las escaleras mientras un nudo se iba haciendo cada vez mayor en mi garganta. Cuando estábamos frente a la puerta de su casa, yo con los ojos idos, mi acompañante con una mano en mi culo y otra en el bolsillo buscando las llaves del apartamento, puse mi mano en su brazo y dije:

Disculpa, pero creo que me voy a casa.

Dejó de buscar las llaves y retiró la mano de mi trasero mientras dirigía hacia mí una mirada de incredulidad.

¿Otra vez?

Sí.

Joder, Sabrina, ¿de verdad otra vez? Anda, entra y tomemos la última copa.

No, prefiero ir a casa.

Pero ¿por qué? Nos estábamos divirtiendo, ¿no? Hemos bailado, hemos bebido, nos hemos reído... Pensaba que por fin querrías entrar a follar de una maldita vez, ¿qué te pasa?, ¿te divierte ponerme al límite siempre?

Perdóname, pero me voy.

Hala, pues muy bien. La tercera vez esta semana que me dejas tirado. Dime, si no quieres follar, ¿para qué me llamas?

...

Pensaba que no eras tan mojigata para acostarte con un tío. A ver si maduras de una vez, niñata.

Sacó por fin las llaves del bolsillo y entró en su apartamento cerrando la puerta sin mirarme. Me di la vuelta despacio mientras me dirigía hacia las escaleras. Salí del portal dejándolo abierto.


Maldito aroma a tabaco y melocotón.


Mientras tiritaba por las calles pensaba en Louis. Si hubiera estado conmigo me hubiese ofrecido un cigarrillo y su chaqueta de cuero para que dejase de tener frío. A veces me preguntaba qué hubiese sido de mí de habernos dado una oportunidad. Estaba convencida de que probablemente seríamos infelices, por eso no le dejé acercarse a más de cincuenta metros. Sabía que terminaría por no soportar su fuerza, su optimismo y su despreocupación por el mundo. Por otro lado, me ponía enferma que eso me pusiera enferma. Porque si eso me ponía enferma, terminaba donde había terminado esa noche: frente a la puerta de un gilipollas que pretendía acostarse conmigo sólo porque había sido la primera en caer. Ya ni siquiera sabía por qué me bajaba las bragas. El sexo me aburría, ya no disfrutaba con las miradas fugaces, el flirteo previo o los roces de piel aparentemente casuales que no lo eran en absoluto. No me divertía entrar en la trampa de seducción de ningún tipo haciéndome la tonta y simulando que no sabía muy bien qué hacía. Por lo que me concernía, yo ya había follado todo lo que tenía que follar. Era todo tan mecánico. Tan absurdo. Tan carente de emoción. Era lo malo y lo bueno de dejar de ser virgen a los doce años, que no va a venir nadie a descubrirte algo nuevo ocho años después.

Llegué a casa. Tan desordenada como siempre. Salió Bruce a recibirme babeando y con cara de tonto. Si no fuera por este jodido perro ya me habría quitado de en medio. Me serví un tequila con limón y me quedé vestida sólo con vaqueros y sujetador. Bruce se acercó a mí y hundió su hocico en mi mano. Le miré. Deduje que tenía hambre y abrí un nuevo saco de pienso. Habían cambiado la presentación, ahora parecía pienso gourmet para perros de alto standing.

Tres tequilas después tenía una mano en el móvil y otra dentro de las bragas. Llamé a David para que me leyera en voz alta la última parte de su novela y, de paso, me dijera qué pensaba hacer conmigo cuando fuera a su casa el próximo fin de semana. Era lo único que me excitaba últimamente: su voz a través de un aparato electrónico.

No puedes venir... Clara ha cambiado el vuelo y llegará con su madre.

Joder, David, ¿otra vez?

Sí, Sabri... lo siento.

Ah... esto es karma sexual.

¿Karma sexual?

Sí... qué estúpida soy. David, ¿qué coño hago yo contigo? Tienes novia, vives en el quinto pino... Y a pesar de eso, eres mi relación más estable. Debo de estar como una puta cabra.

Yo creo que es excitante.

Y yo creo que soy imbécil, ¿sabes lo peor? Que si te tuviera delante no me pondrías en absoluto. Sólo quiero escucharte por teléfono, tocarme y cagarme en ti por joderme el fin de semana. Me apetecía ir a Lugo después de nueve meses sin pisar el norte.

Sabri, te conozco, ¿qué te pasa?

Que un tío se ha enfadado conmigo por dejarlo con las ganas por tercera vez. Y me ha llamado niñata.

En serio, ¿dónde te los buscas?

A la salida del juzgado.

Anda, vete a dormir... mañana será otro día.

Eso voy a hacer...

Venga, hasta luego Sabri. Y que sepas que te quiero.

Eso se lo dices a tu novia, gilipollas.


Colgué.
No soportaba que se pusiera cariñoso conmigo desde la distancia, me sacaba de mis casillas.


Fui al microondas para hacer palomitas mientras elegía qué película ver para terminar tan desastrosa noche.

Ah... Casablanca. Un clásico de los que ya no hacen para poder beber sin culpabilidad a la par que el desgraciado de Rick. Ojalá yo fuera otra persona. Ojalá fuera Ilsa Lund y pudiese elegir como ella, de forma pragmática, al hombre que la haría feliz el resto de su vida sin complicaciones. El hombre sencillo, el hombre sin terribles cargas emocionales a sus espaldas, el hombre ideal, el hombre por el hombre.

Suspiré.

Menuda mierda, Bogart no se parece en absoluto a Louis, pensaba con mi plato de palomitas delante mientras mordía un melocotón.  


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