Cuántos días lleva desentrañar el
mapa de tu propio rumbo. Parecen siempre demasiados. A veces son demasiados. Quizá
sean siempre demasiados. O no son nunca suficientes. Sin embargo, ahora, al
contemplar el puzzle, puedo ver una figura emergiendo de él. Las figuras nunca
prometen nada pero delimitan el camino, delimitan la visión. No quise mirar las
cartas cuando presentía vientos de cambio y ahora veo crecer las certezas como
flores en mi jardín. Tal vez sea el momento de cortarlas y aceptarlas en mi
regazo. ¿He perdido? ¿He ganado? Es difícil de decir. El tiempo está en pausa y
noto todas las miradas sobre mí, esperando mi próxima jugada. Observo el
tablero de reojo y recuerdo los miedos que inmovilizan mis dedos. Al final la
vida es para los valientes. Por eso estoy en pausa. Pero no por mucho tiempo,
pues la vida precisa de respuestas. Y las respuestas que un día escuchas
saliendo de tu boca son justo las que nunca habrías pensado que darías. Y a
pesar de eso ahí estás, anunciando tu próxima jugada. Y aun así las reservas,
las dudas. No se puede renunciar a la vida eternamente. Me quedan demasiadas
cosas que aprender. Y he olvidado muchas de las que aprendí. Soy la eterna aprendiz esperando a ser sorprendida por mí misma. El reloj de arena
que aparece en mis sueños agota los últimos granos de tierra.
¿Podré creer en lo que veo?
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