—C'est
le temps que tu a perdu pour ta rose qui fait ta rose si importante.
Le
petit prince
Solía llevar un paraguas
de colores imposibles cuando el día se cuajaba de nubes y amenazaba
con llover. Decía que así desgarraba la inmensa tristeza que hay en
un cielo gris.
En cierto modo tenía
razón. Me hubiera gustado decirle que realmente no le hacía falta
ese paraguas, que con sonreír le hubiera bastado para alegrar hasta
la habitación más oscura. Nunca se lo dije. Nunca le dije cuánto
le admiraba. Cuánto despertaba mis ganas de protegerlo siempre.
Las personas buenas
tienen una belleza especial. Consiguen que te olvides de todo lo que
te rodea.
Si observas detenidamente
la mirada de alguien, puedes llegar a intuir al niño que fue. Hay
expresiones de curiosidad, de fragilidad, que a una persona no se le
borran jamás a pesar de los años transcurridos.
Quizá era eso lo que
despertaba mi atención cuando le miraba. Veía a un niño perdido
ansioso por vivir aventuras, por explorar, por demostrar que se puede
llegar a la Luna a base de voluntad, de trazar espirales en el cielo
con las manos. Y yo no podía evitar ser Wendy cuando estaba con él,
acogerlo entre mis brazos y contarle cuentos por la noche.
Los amantes juegan entre
ellos porque, de algún modo, vuelven a ser como niños. No hay miedo
al qué dirá, al qué pensará, a qué esperará de mí. Juegan y
punto, confieren valor a cada momento que viven, haciendo que el
presente sea efectivamente el único regalo al que aferrarse. El
pasado y el futuro son dos mentirosos compulsivos.
¿Conoces esa sensación
de caminar junto a alguien y saber que, pase lo que pase, nada malo
ocurrirá?
Era como caminar junto al
Principito. Eso me dejaba a mí el personaje del piloto, con su
maldita realidad desabrida y sin color. Hasta que llegaba él con su aire despistado para romperme los esquemas.
Un día le dije mi
impresión, que él era como el Principito y que a mí me tocaba ser el
piloto, tener los pies tristemente situados en la tierra.
—Te
equivocas —me dijo— tú eres como el zorro. Te sientas lejos de
los demás para que no puedan dañarte, pero cuando estás en
silencio puede escucharse cómo pides a gritos que alguien cree lazos
contigo. Caminas con cuidado, advirtiendo sin palabras de que un
movimiento rápido e irreflexivo por parte de quien quiera acercarse
a ti puede resultar fatal, haciendo que te pierda para siempre. Por
eso eres tan especial. Eres como el zorro. Él sabe que lo esencial
es invisible a los ojos. Conoce bien la importancia de crear lazos
indestructibles, superponiendo eso a todo lo demás. Y sabe lo que es
invertir tiempo en alguien, sabe que es el tiempo lo que hace que una
rosa no sea idéntica a todas las demás. Sin duda, tú eres como el
zorro.
No
supe qué decir. Sólo apreté los labios intentando contener la emoción.
Él
me tomó de la mano.
—Tenemos
el mismo defecto —comentó de pronto— nos desvivimos por proteger
a personas mucho menos frágiles que nosotros. Por eso terminamos
llenos de cicatrices. Pero tampoco podemos evitarlo.
Contemplamos
las estrellas hasta que amaneció. El pelo se nos llenó de escarcha, haciendo que brillase levemente con los primeros rayos de sol.
Poco
después, él regresó a su asteroide B612.
Nunca
nos besamos. Nunca hicimos el amor.
Fue
una de las personas que más he querido en mi vida.
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