Mi relación con el
tabaco era -es- eminentemente destructiva y tú lo sabías. Por eso
te empeñabas en quitarme continuamente los cigarrillos y me sonreías
sin pudor cuando te mentía diciéndote que había dejado de fumar.
Qué hipócrita eras.
En cambio, nunca me
quitaste de las manos ningún vaso de vodka a pesar de que lo
utilizaba por el mismo motivo. En parte, porque sabías que, de
hacerlo, me pondría tan histérica como un cachorro abandonado al
que, además, le quitan el único juguete que le ofrece algo de
consuelo en su desdicha; en parte, porque sabías que sólo después
de cinco chupitos era capaz de acostarme contigo sin torcer el gesto.
Qué hipócritas eras.
Jamás te negaste a
arrancarme la ropa aunque sabías que yo sólo quería follar, sin
mirarte a los ojos ni una sola vez, para poder pensar tranquila en
otro a quien sí amaba, algo que jamás podría decir de ti, y así
usar tu cuerpo como catalizador para reencontrarme con él.
Qué hipócrita eras.
No sólo no disminuía tu
culpa, sino que no dejaba de acusarte de aquello en lo que me habías
convertido. Una zorra mentirosa, una zorra mentirosa más, como
cualquiera de las putas con las que te acostabas antes de conocerme.
Pasó ese tiempo en el
que no podía dejar de ducharme tres veces diarias para no sentirme
sucia, aunque sólo fuera por unos instantes.
Desde entonces, apenas he
sabido mentir aunque sea inevitable que lo haga, teniendo en cuenta
el ambiente hostil en el que tengo que desenvolverme día a día.
Siendo sincera, sólo
miento para sobrevivir. Cuando lo hago, acostumbro a prometerme en
silencio fumarme un cigarrillo después.
¿Sabías que un
cigarrillo equivale a un minuto menos de vida?
El álgebra es, al igual
que las palabras, mi especialidad. Nací siendo un híbrido entre
calculadora y diccionario, lo que hizo sencillo crear mi acepción
matemática de autocastigo: Un cigarrillo; una mentira más, un
minuto menos.
No te engañes, la vida
sólo merece la pena cuando la vives de verdad.
Y hablando de vicios,
juegos y adicciones, déjame descubrirte una
pequeña obviedad. Lo único que no mata en esta vida es la muerte.
Fumar mata. Respirar,
también.
Ahora, lo único que me
consuela es saber que te traiciono, que te voy arrebatando el rol
para el que naciste. Que te despojo de tu naturaleza aunque sea a
costa de pervertir la mía.
Así, yo te rebajo a la
categoría de simple mentiroso, el triste y nada original papel que
me habías concedido, mientras yo me vuelvo, a cada mentira, un poco
más artificiosa, más como tú, más hipócrita en definitiva.
Me encantan estas historias autodestructivas. Esta además aderezada con una especie de retorcida y oscura forma de venganza. Más autodestrucción.
ResponderEliminarUn abrazo!
Sencillamente espectacular.
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