Por fin comprendía lo
que la vida quería hacer conmigo. La lección que llevaba rehuyendo
tantos años. Aquella contra la que me habían prevenido y escondido
para no tener que encontrar al final del camino lo que más me aterraba: el reflejo de mis ojos, mirándome.
Iba a sufrir. Iba a
sufrir más. No había sido suficiente romperme todos los huesos a
los once años, saltar desde un tercer piso hacia el vacío a los
quince, enfrentarme a mis demonios a los dieciocho y descubrir la
maldad y el abandono en mí a los veintiuno. Todo mi dolor no había
sido suficiente.
El precio por estar viva
era demasiado alto, ¿cómo sabes que merece la pena seguir respirando?
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