CRECIENTE
Diana entró en mi habitación y se
sentó en mi cama sin pedir permiso.
—Acabo
de hablar con Víctor. Otra vez se ha enfadado porque ayer me llamó
mi ex. No puede entender que no tiene por qué tener miedo, que sólo
somos amigos y ahora Alfonso está pasando una mala racha y no tiene
a nadie. Es la quinta discusión que tengo con Víctor por este tema,
no sé qué hacer, me tiene harta... él habla con su ex todo lo que
quiere y yo no me meto, no entiendo por qué se pone tan celoso. Qué
bien que no tienes problemas de este palo, los hombres están locos.
Seguro que haces lo que quieres cuando quieres y no tienes que dar
explicaciones a nadie.
Me
soltó todo eso y no supe qué decirle. “Sí,
las relaciones son complicadas” o... “tal vez necesitáis equidad
en vuestra relación” o... “yo qué sé, cuando sea mayor sólo
quiero ser la tía borracha”.
La verdad es que al igual que ella, yo tampoco sabía sobrellevar en
ocasiones el modo en que me conducía la vida. A veces me sentía
tentada de ir haciendo encuestas por la calle para saber cómo lo
llevaban los otros, del tipo:
disculpe, señor, ¿es usted soltero? ¿cómo lleva la soltería? ¿es
de los que encadenan relaciones superficiales porque tiene pánico al
compromiso o piensa que alguna de esas mujeres realmente aportará
algo a su vida? ¿intenta convertir cada relación, por poco
significativa que sea, en algo más por temor a quedarse solo? ¿y
qué me dice de usted, señora, que está tan callada? ¿le gusta el
momento de ir a la cama por la noche a relajarse con un libro o se
desespera dando vueltas porque echa de menos tener a alguien que le
prepare el café por la mañana? ¿aguanta bien la presión social de
tener que vivir en pareja a cualquier precio? ¿cree que podría
convivir con alguien? ¿cree que podría volver a aguantar las manías
de otro?... pero
obviamente sería tachada de impertinente, aunque el estudio sería
sumamente interesante.
LLENA
Mi
amante me besó:
—Tienes
el corazón frío.
No
respondí.
—¿Me
quieres?
—Te
quiero —dije.
¿Pero
cómo le quería? Yo ya no sabía cómo era el amor. Los
incendios pasionales eran devastadores y me aterraban... ¿pero acaso
unas brasas eran suficientes? Apreciaba demasiado la calma para
arriesgarme a una quemadura. Había aprendido a ser feliz estando
sola, pero también a saber ser infeliz. Sabía lo que era estar
llena de ácido, tener tanto dolor dentro como para no ser capaz de
hacer nada con él y después sólo sentir... miedo. Una vez has
sentido lo que el amor puede hacer contigo le tienes miedo. Y es un
pánico que no se te va de la mirada.
No
me hagas preguntas difíciles, limítate a ser. ¿Ser hasta cuándo?
La bandera blanca se acaba y la guerra puede llegar en cualquier
momento. La incertidumbre mata. Hay quien
prefiere construir castillos en el aire, pero castillos, y yo me
conformo con una casa sólida que me resguarde mañana de la lluvia.
Pero cuando eres tu propia casa, tu propio escudo, tu propia
espada... ¿qué le queda ser a los demás? ¿dónde deja eso al
amor?
MENGUANTE
El
final y el comienzo, el final siguiente y el comienzo, el próximo
comienzo y el final que le corresponde. ¿Por qué la vida se resiste
tanto a ser un continuo, un remanso de paz?
—Selene,
¿realmente te quieres casar?
—Sí,
estoy segura de que será para siempre. No me imagino mi vida sin él.
—Me
dijiste lo mismo de Jorge cuando tenías quince años.
—No
seas idiota. Llevamos seis años juntos, nuestras familias se conocen
y somos felices. Es el próximo paso.
—¿ES
el próximo paso?
—Te
conozco, me quieres liar.
—Sólo
digo que hace tres meses te planteaste mandarlo a la mierda... ¿y
ahora te quieres casar? ¿tienes garantías de que no volverá a
ocurrir?
—No,
pero el amor es así. Está lleno de malas rachas, pero si compensan
con las buenas...
—Creo
que te estás autoengañando. Lo que ocurre es que te angustia romper
la relación y prefieres sellarla antes que plantearte el marcharte
porque te da miedo.
La
historia de Selene sí que me daba pánico. A punto de apretar el
gatillo contra sí misma y aún queriendo convencerme de que era lo
mejor. Su noviazgo, de un tiempo a esta parte aburrido e insulso,
incluso triste y asfixiante, se había vuelto a transformar en un
cuento de hadas gracias a la idea de la boda. No podía culparla por
intentar recuperar la ilusión, pero el matrimonio era un contrato
demasiado serio para tomárselo como la solución a problemas que ya
estaban allí y tenían pinta de querer quedarse. No quise abrumarla
con pesimismo. O realismo. Ya sabía lo que yo pensaba. Destilando
purpurina emocional desde el más puro histrionismo pusieron uno a
uno los clavos a su ataúd el catorce de agosto.
S-í/q-u-i-e-r-o.
NUEVA
Estaba
harta del baile de máscaras: que una invitación a cenar pretenda
convertirse en sexo, comenzar a salir con alguien, el cine de los
miércoles, los viajes, la presentación de la familia política, el
reparto de fechas anuales importantes, los celos, los berrinches, los
polvos de reconciliación –que para mí eran como los unicornios:
de ellos no sabía nada, pero hay quien aseguraba que existían-; y
que luego toda esa inversión se tradujera en pérdidas. Pérdidas de
tiempo y de dinero, pero aún más allá... no saber qué hacer una
vez la relación caduca, despedirte de la -generalmente- escasa
familia política que te caía bien -y aquí ya introducimos el
tiempo verbal en pasado-, a la que incluso habías llegado a tener
cariño, aprender a ser ex, rencor, pensamiento de segundas
oportunidades, estepas cubiertas de hielo, distancia, distancia.
Estaba cansada de romper con personas, costumbres, familias y
lugares. Estaba cansada de romperme una y otra vez.
—Pues
estás empezando —me dijo Blanca.
—En
absoluto. Estoy terminando.
Oh, sí, que termine
todo, por favor.
De una puta vez.
El domingo era eterno:
la agonía nunca
terminaba en lunes,
pero tampoco traía la
promesa del viernes.
Mientras tanto, la luna
seguía girando.
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