Se
miraron y se vieron. El
animal que hay en ti, el animal que hay en mí. No
sé si a ti te suele pasar... a mí no me había ocurrido nunca. Supe
que las palabras sólo nos entorpecerían, nos distanciarían y que
todo serían obstáculos, porque es lo que sucede cuando dos miradas
conectan de ese modo: que falla todo lo demás. Supe que no habría
preguntas, ni cuestiones y que caminar a tu lado ya lo aclararía
todo. Apenas podía contener la emoción de tenerte delante, por eso
estaba tan callada. Tuve miedo. Miedo porque lograste que me temblase
la voz, porque pensé que podría quedarme encerrada en tu mirada y
que no haría nada para querer salir de allí. Tú, que eres el más
sabio de los dos... ¿cómo se silencian las miradas que hacen tanto
ruido?
Sé que cometo errores
sólo con respirar. Soy tan impaciente. Últimamente me sentía
muerta si no saltaba al ruedo, a sabiendas de que siempre vuelvo con
cicatrices y los pies llenos de barro. Me busco demasiados problemas
por ser tan escapista, como si la vida de por sí ya no fuera
bastante.
Hace mucho que no vivo de
certezas y ya no sé cómo conducir todo ésto. Soy una apuesta
continua, lo que siempre quise para escribir, porque seguí el
consejo de un viejo amigo que me dijo que para escribir primero había
que vivir... pero te confesaré que en ocasiones me duele tanto
imaginar.
Me canso de historias, de
canciones y utopías... y sólo querría descubrirte en un colchón
todo lo que te haría.
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