29.4.14

Lulú


En la noche brilla tu luz
de dónde,  no lo sé.
Tan cerca parece y tan lejos.
Cómo te llamas, no lo sé.
Lo que quiera que seas:
¡luce, pequeña estrella!

(Canción infantil irlandesa
 que abre "Momo", de Michael Ende)



Lulú callaba.

Siempre había pensado que para decir algo interesante primero había que escuchar. No sólo escuchar con los oídos, claro, sino también con la boca, los ojos y las rodillas. Había que escuchar con el estómago, con las manos y con el corazón. Sólo así se puede escuchar realmente bien. Y cuando escuchaba con todo su cuerpo, Lulú conocía otras realidades. Las realidades de los pájaros o de las tortugas, pero también la de las flores, los niños perdidos y las montañas. Lo importante era escuchar bien, pues lo que se le escapaba al codo izquierdo bien podían entenderlo los pulmones, y así las historias de los otros pasaban a ser parte de sí misma.

Lo que más le gustaba a Lulú era poner en pie cada una de las historias que le contaban, a veces grandes tragedias personales y otras, pequeñas anécdotas cotidianas. Sea como fuere, las absorbía y entonces, a través de ellas, podía ver el alma de las personas. Algunas, las menos, eran bellas como arco iris. Su escasez no hacía más que realzar su belleza, a pesar de que a veces había que observarlas tras una torrencial lluvia. Otras eran negras como la pez y tan sólo escuchando un poco desde lejos Lulú sentía un escalofrío. Ciertamente había almas que transmitían dolor, rencor o un odio punzante, sin embargo la mayoría emitían una agobiante confusión. Podría decirse de ellas que no sabían estar en el mundo sin caerse.

Lulú aparecía y desaparecía como un fuego fatuo. No le gustaba permanecer demasiado tiempo en el mismo lugar. Las raíces son demasiado importantes como para dejarlas agarrarse a cualquier porción de tierra, y ya se sabe que la tierra tiene el poder de que lo que arraigue en ella tienda a permanecer para siempre, para bien o para mal.

Siendo así, la gente miraba cómo Lulú paseaba por la calle, sin verla. Cuando la llamaban, casi nadie decía su nombre. Muchos ni siquiera conocían cuál era. De este modo, Lulú comenzó a desdibujarse para los demás para emerger como una criatura cada día más desconocida.


Cuando finalmente creció lo hizo diversa y heterogénea, oscura y luminosa, caóticamente armónica, cálidamente fría… siguiendo la naturaleza del universo. Continuó escuchando con todo su cuerpo, entretejiendo historias, dando paz a las palabras de los otros una vez que eran pronunciadas. Y tantas fueron las historias que escuchó que, finalmente, su rostro perdió su normal apariencia y se convirtió en un espejo. Desde entonces, no dejaron de llegar personas de todos los lugares del mundo para ser escuchados por Lulú, pero, sobre todo, para poder ver y sentir su alma, tal y como era, reflejada en el rostro de ella.




Lo, Salas, 2012


1 comentario:

  1. Muchas historias personales has tenido que escuchar antes de escribir esta.

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