En la noche brilla tu
luz
de dónde, no lo sé.
Tan cerca parece y tan
lejos.
Cómo te llamas, no lo
sé.
Lo que quiera que seas:
¡luce, pequeña
estrella!
(Canción infantil irlandesa
que abre "Momo", de Michael Ende)
Lulú callaba.
Siempre había pensado que para
decir algo interesante primero había que escuchar. No sólo escuchar con los
oídos, claro, sino también con la boca, los ojos y las rodillas. Había que
escuchar con el estómago, con las manos y con el corazón. Sólo así se puede
escuchar realmente bien. Y cuando escuchaba con todo su cuerpo, Lulú conocía
otras realidades. Las realidades de los pájaros o de las tortugas, pero también
la de las flores, los niños perdidos y las montañas. Lo importante era escuchar
bien, pues lo que se le escapaba al codo izquierdo bien podían entenderlo los
pulmones, y así las historias de los otros pasaban a ser parte de sí misma.
Lo que más le gustaba a Lulú era
poner en pie cada una de las historias que le contaban, a veces grandes tragedias
personales y otras, pequeñas anécdotas cotidianas. Sea como fuere, las absorbía
y entonces, a través de ellas, podía ver el alma de las personas. Algunas, las
menos, eran bellas como arco iris. Su escasez no hacía más que realzar su
belleza, a pesar de que a veces había que observarlas tras una torrencial
lluvia. Otras eran negras como la pez y tan sólo escuchando un poco desde lejos
Lulú sentía un escalofrío. Ciertamente había almas que transmitían dolor,
rencor o un odio punzante, sin embargo la mayoría emitían una agobiante confusión. Podría decirse de ellas que no sabían estar en el mundo sin caerse.
Lulú aparecía y desaparecía como
un fuego fatuo. No le gustaba permanecer demasiado tiempo en el mismo lugar.
Las raíces son demasiado importantes como para dejarlas agarrarse a cualquier
porción de tierra, y ya se sabe que la tierra tiene el poder de que lo que
arraigue en ella tienda a permanecer para siempre, para bien o para mal.
Siendo así, la gente miraba cómo
Lulú paseaba por la calle, sin verla. Cuando la llamaban, casi nadie decía su nombre.
Muchos ni siquiera conocían cuál era. De este modo, Lulú comenzó a desdibujarse
para los demás para emerger como una criatura cada día más desconocida.
Cuando finalmente creció lo hizo
diversa y heterogénea, oscura y luminosa, caóticamente armónica, cálidamente
fría… siguiendo la naturaleza del universo. Continuó escuchando con todo su
cuerpo, entretejiendo historias, dando paz a las palabras de los otros una vez
que eran pronunciadas. Y tantas fueron las historias que escuchó que, finalmente, su rostro perdió su normal apariencia y se convirtió en un espejo. Desde entonces, no dejaron de llegar personas de todos los lugares del mundo para ser escuchados por Lulú, pero, sobre todo, para poder ver y sentir su alma, tal y como era, reflejada en el rostro de ella.
Lo, Salas, 2012
Muchas historias personales has tenido que escuchar antes de escribir esta.
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