13.7.13

La esfinge (III). Desde las entrañas.

Aquella noche me fui con él, aunque deseaba irme contigo. El nudo corredizo del tiempo se puso en mi contra, bloqueó las salidas y de pronto me vi a tan sólo dos centímetros de alguien que no eras tú.



El dolor se hizo insoportable. Caminaba por las aceras recordando nuestros pasos. Abrí el armario tantas veces, y siempre me encontraba con esa chaqueta de cuero que habíamos destrozado sin querer cuando nos sujetábamos contra las paredes, en un intento de mantener nuestro precario equilibrio, mientras nos besábamos con la desesperación que sólo sale del alma de los lobos esteparios.

Ojalá hubiéramos destrozado entera aquella chaqueta y yo no conservara una reliquia tan susceptible de convertirse en el símbolo de la herida abierta que suponía tu ausencia.

Le besé en los labios y sonreí. Es sólo un juego, dije.



Un juego que me cansaba cada día más, que lejos de llenarme me dejaba más y más vacía. Aguantar los próximos días...

Sangraba. Me preguntaste una mañana que qué había sido de mí durante esos años. Me destrozaron las desgracias, se fueron sucediendo una a una en el tiempo y, para cuando terminaron conmigo, ya no sabía muy bien qué pensar.

Ellos me abandonaron. Quizá no conscientemente, o tal vez sí, o puede simplemente que yo me sintiera abandonada al sentir aquella soledad tan profunda que corroía mi ser. 

Nadie sabía quererme...

Tú no sabías quererme.




Cerré los ojos pensando que eras tú mientras mis ganas de gritar aumentaban. Dejar la mente en blanco. Tragar, mirar de frente. Sólo un premio de consolación. Quería ahogarme en esa almohada, pero suspiré y me lo seguí follando mientras procuraba no pensar en él, pero tampoco en ti. 

Entendí al fin por qué algunas personas lloran mientras hacen el amor.

1 comentario:

  1. Eres tan delicadamente brutal que consigues sobrecogerme.

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