Fíjate bien, eres un imbécil;
eres un imbécil cuando me hablas con
miedo,
como si no pudiese soportar tu realidad
cuando veo trescientas a diario,
a cada cual más terrible.
He de confesar que a veces no te
soporto;
no te soporto cuando estás triste,
y veo que no te puedo sostener con las
manos
cuando observo cómo te vas ahogando lentamente.
El sonido ronco en tu voz
que me habla de la fragilidad de tu
alma.
Y es que hay veces que te odio;
te odio cuando piensas que no puedes
contar conmigo,
que no puedes ser sincero para mostrarme tus peores defectos,
tus mayores errores y desgraciadas
pesquisas.
Bajaría a todos los infiernos posibles
si pudiera librarte de la oscuridad que
a veces te arrastra
y te impide mostrarte tal y como eres.
Tengo que decirte que te quiero;
te quiero como sólo puede querer una
gata a un compañero,
a pesar de que a veces seas un hombre
insoportablemente imbécil
al que odio de forma intermitente,
porque no entiendo un amor de cualquier
tipo que no sea para siempre.
Te quiero lo suficiente para que mi
corazón sea como la luz de una estrella muerta
y que cuando esté presente mi ausencia,
él siga brillando por ti.
Muy bueno. Hablando hacia dentro se oye todo de maravilla. Así, sí.
ResponderEliminar