Ya estoy acostumbrada a esos hombres.
Sí, ya estoy acostumbrada a esos
hombres,
a todos ellos.
Estoy acostumbrada al que pasa por la
vida sin mirarte,
al que hace y deshace en ti a placer
y ni siquiera te deja quejarte.
Estoy acostumbrada al que te pisa,
al que te muerde hasta desangrarte,
al que te mira extrañado porque no
entiende
de tu dolor, luz y cicatrices.
Estoy acostumbrada al timador,
al mentiroso, al trapero.
Al que siempre duda de tu ingenio
y además ignora tu candidez.
Estoy acostumbrada al que sólo te
quiere por tu cuerpo,
al que es de gatillo fácil para decir te quiero.
Al ogro, al oso, al cibernético.
Al que te escupe y mastica de modo
indistinto.
Al niñato, al inmaduro, al perseguidor
incansable
que te asfixia a cada momento.
Al loco, al astronauta, al te quiero
ahora pero no para luego.
Al inquisidor, al déspota,
al orgulloso de ser un gilipollas.
Al ignorante profundo, al mafioso, al
intenso,
al frívolo que se atraganta con
brillantina.
Al que se las da de poeta y no llora
ante un verso,
al idiota, al maestro.
Estoy acostumbrada al ausente,
al cuerdo, al mañana volveremos.
Al que es todo dudas, al que llama
siempre por dinero,
al impostor, al carterista, al
imperfecto.
Al amigo eterno, al ocultista,
al que nada sabe de su familia,
al que sueña con castillos de arena,
al domador de monstruos,
al histérico,
al demente, al carnicero.
Al que jamás se ríe, al que inventa
cuentos,
al ruiseñor, al carcelero, al extintor
de altos vuelos.
Al sonámbulo, al que paga la cena,
al que mueve montañas mientras estás
durmiendo.
Los conozco, los conozco a todos ellos
y al único que busco es a aquel que no se rinda
de luchar cada día por mis
besos.
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