Míranos.
Vivimos en dos
mundos tan distintos que cuando nos chocamos por el pasillo nos sorprende que
aún siga ahí el otro.
Incluso cuando
vamos a los mismos sitios, parece que el otro nunca estuvo allí. Mis fotos, tus
fotos, casi nunca hablan de ti y de mí. Hablan de mí. Hablan de ti. Hablan de
tus amigos. Nosotros es un pronombre que sólo habita en casa, tras la
alfombrilla de la puerta. Y ni siquiera entonces.
Se acabó,
dije. ¿Sabes por qué? No es porque hubiera comida todavía a medio terminar o
porque los alimentos fueran a caducar de un día para otro. Dije se acabó
porque, cuando tuve hambre y fui a la despensa, estaba vacía.
¿Se puede
sobrevivir a base de telarañas? No tengo dinero para comprar nada más y me
gusta ver bailar a las arañas en la red.
¿Qué nos
queda?
¿Esnifar
juntos el polvo en honor a todos aquellos que nos faltaron en enero? ¿O en
febrero? ¿O en diciembre?
Tengo reseca
la piel, primero humedecida por el llanto, luego agrietada por la falta de…
todo.
Y tú escribes dilemas
en tu cuaderno, terribles, que no me dices. Y yo no escribo nada en ningún
sitio, pero lo pienso. Y no te odio secretamente porque no quiero. Porque a
todos los sentimientos negativos les prendí fuego. O fuego o nada. No me
permito tener espacio para odiar. Ni para el rencor. Ni para que me duelan ya
las cosas que me dolieron en su momento.
Necesito que
afloren nuevos sentimientos en mí y mirar al mundo con ojos nuevos.
Así que cuando
mires la despensa vacía, no sientas pena.
Podremos
escribir con el dedo que lo intentamos.
La vida
también es ésto.
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