En ocasiones, en el cruce
de caminos de dos personas que jamás se han visto, ocurre algo
maravilloso. Esa serendipia aparece de forma circunstancial a lo
largo de nuestra vida, pero cuando lo hace nos marca de un modo
especial. El ser humano, tan atado a las cadenas del mundo tales como
el tiempo y la vejez, vence momentáneamente esos obstáculos y se hace atemporal. Como dos hojas que en un golpe de viento se entrelazan,
separándose después y llevándose cada una un pedazo de la otra, así
queda el espíritu marcado por tan preciosa coincidencia, lo que
desencadenará fenómenos extraordinarios a cada choque de partículas
hermanas.
No importa el tiempo que
las lleves conociendo o las dificultades que hayáis tenido que pasar.
Sabes que al mirar en los ojos de la otra persona subyace un
pensamiento, un sentimiento y un instinto de pertenencia. A esa
persona le pertenecerás por siempre y ella a ti, ocurra lo que
ocurra. Cuando nieve, llueva o el cielo se cubra de nubes que
amenacen tormenta, los ojos de esas personas serán quienes te
otorguen la paz, la seguridad de que ya se puede derrumbar el mundo
porque tienes un talismán infalible cerca que no permitirá acercarse
al miedo.
Tal vez para quien se
siente eternamente apátrida sea un consuelo tener su propio hogar a
base de sonrisas y miradas en un mundo plagado de canciones y
banderas que no le representan. Ellas son el único motivo para poder
resistir en medio de tanta tierra hostil donde, no importa el idioma, siempre nos sentiremos extranjeros.
Sublime. Con tu permiso lo comparto.
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