Avanzo entre estas calles
empedradas y me pregunto cómo ha podido llegar el frío tan pronto,
si hace tan sólo dos días que me ofrecía en la terraza más
cercana para ser templada por el sol. Viene Noviembre y se cuela por
debajo de mi falda, helándome las entrañas como el amante que quiso
llegar pero nunca estuvo. Y así cómo voy a pasear, con este frío,
tomando una mano cálida sin llegar a tiritar. Cómo voy a dar pasos
firmes por el pavimento si los labios están resecos y un aliento
débil sale de mi boca. Los días son más oscuros y se me olvida
cómo caminar por el borde de las aceras sin resbalar. Es el otoño
descarnado que llega con aroma a invierno y pretende hacer pasar por
moderación la sesgada caída de sus hojas. Yacen muertas a mis pies,
se han perdido tantos colores...
Cómo voy a encontrar un
rayo de luz en este invierno mentiroso que juega a ser otoño. Cómo
voy a ofrecer calor si desaparezco bajo sábanas raídas y
solitarias, y miro al techo y me pregunto por qué, maldita sea, por
qué llegó la oscuridad tan pronto al sofá de mi salón.
Ofréceme un cigarrillo,
¿no ves que tengo frío? O me arrancas la gabardina o me alargas la
bufanda, esa que está ahí donde no debe, y que no debiera estar
por ciento dos motivos lógicos; pero que aún así, está. Porque
sí, porque es mi casa.
Dime el por qué de unos
labios tan rojos. Por qué me gusta besar las mejillas en un saludo
de mera cortesía donde podría hacer estallar mis labios en el aire
sin el menor sonrojo. El chasquido del cuero negro para el colchón,
necesito una piel suave y ligeramente pálida de la que beber aunque
tan sólo sea un segundo.
¿Tú qué crees? Dime
cómo puede ser, si eres tan listo, que siendo tan distintos miremos
a la vida con ojos parecidos.
Vendrá Noviembre,
qué será del frío, si al final resulta
que no sé inventar el
calor suficiente para destruirlo...
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