22.11.13

No había ningún imbécil dispuesto (a quererme así)


Era una fría noche de invierno.
Copa dura y vacía
descansando
entre mis dedos pálidos teñidos de azul.
Demasiado fuego entre las piernas,
mi sujetador temblando de impaciencia.
Una taza de café volcada sobre el suelo.
Lápiz y papel por todas partes,
folios en blanco y rouge ahíto sobre mis labios.
Mucho tiempo sin sonrisas,
el alma muerta
horas acumulándose de madrugada
agolpándose unas sobre otras
encima del árido insomnio.
Catástrofe en mis ojos;
sí, la reconoces tan bien.
Tantas cosas que decir
y me desangra este silencio.
Apenas recuerdo cómo se hace el amor.
Cómo se hace de verdad.
Fui a buscarte
y por el camino me encontré
sola. Ya no había nadie.

No había licor para mi copa
dura y vacía
-como una polla sin amor en las entrañas-,
y el hielo se convirtió en agua.
Mi pecho ardiendo
y la falda helada,
sólo ausencia para templar el termómetro.
Podría haber escrito unos versos
en aquellas hojas desiertas
si me hubieras dedicado una sonrisa
escondida entre tus palabras.
Dame un café que me duerma,
un bourbon que me despierte.
Arde una hoguera en mi alma
necesito arrancarme este sujetador
y quedar simplemente desnuda, vestida
con tu aroma, con tu olor.
Belleza en mis pupilas,
la conoces aún mejor -acércate y mira-.
El tiempo se detiene
y el silencio se suicida,
porque cuando hay silencio...
no hay silencio.
Besos trepan por mi espalda
e invento mil maneras de hacerte el amor.
Caminar de tu mano sin dirección.
Estrellas en tu almohada, riendo bajo el edredón.
Estar vivos, celebrarlo cada día
y soñar.

Ninguna carta de amor.
Sin llamadas en espera.
Podría haber sido marzo, abril
y seguiría sin haber canciones.
Algún día, créeme, contaré esta historia
a tus nietos:
Era una fría noche de invierno
y no había ningún imbécil
-traicioneros, silentes y cobardes-.
No había ningún imbécil dispuesto
(a quererme así).

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