9.10.16

Movimientos espejo


El universo parece estar en silencio, pero en realidad está lleno de ruido.

Piensa en los electrones girando en torno al núcleo del átomo. La fusión de dos elementos. El agua rebajando el alcohol. Casi se oyen los suspiros prenderse en el aire, como cuando se hace el amor.

Piensa en el sonido que hace una hormiga cuando camina. O un ciempiés. El aleteo de una mariposa. O mejor: el de una libélula.

Piensa en la sangre fluyendo por tu cuerpo. El movimiento de tus ojos cuando me lees.

Mercurio girando en torno al Sol… ¿No debe tener un sonido burbujeante, como de lava? Y Marte, ¿no debería tener un sonido metálico, como cuando doblas una vara de hierro por la mitad? Y piensa en el gélido Neptuno, como si deslizase su trayectoria sobre una pista de hielo.

A veces necesito desprenderme del ruido, como si se tratase de quitar la cáscara que suele envolver al silencio. Como a los gatos, me molestan los ruidos fuertes, las personas que no saben modular su tono de voz y están siempre gritando, las que invaden tu espacio con música que no has pedido, las que hacen sonar el claxon del coche repetidamente ensuciando el aire de la ciudad…

En ocasiones necesito quedarme sola, en silencio. Escuchar tan sólo el sonido de mi respiración para darme cuenta de que realmente nunca sabré a qué suena el silencio. Y ya que el silencio es una idea inaprensible, abrazarme a la soledad como la máxima expresión de silencio que jamás conoceré: el silencio en mí misma.

Sí. A veces necesito el silencio de mí misma, necesito desprenderme de los ruidos de los otros, del sonido de sus palabras, de sus respiraciones, de sus miradas. A veces necesito estar tan sólo yo, envuelta en mi propio ruido. Poder acogerme en mi propio regazo, como quien toma aire por un instante para sumergirse en las profundidades del mar: la compañía de otras personas. Entonces sí, tras el período adecuado, nunca conocido de antemano, puedo ofrecer mi música al mundo y no tan sólo ruido: puedo reír más fuerte, mirar con más brillo, sonreír desde el alma y no sólo con los labios, abrazar con fuego hasta llegar a quemar.

En otros momentos necesito el ruido de fuera para no escuchar mi propio ruido y me pierdo en el mundo exterior: las luces, las conversaciones en espiral, las miradas silenciosas que acallan por un momento, cualquier sonido…

Y son en estos movimientos espejo en los que me reconozco, este doble interruptor, este sí pero no, no pero sí… que me hace ser quien soy.

Hay quien se extraña por mi forma de proceder en ocasiones: cómo es posible poder estar tres días en movimiento perpetuo, abrazándome a cualquier crispación en el ambiente, para luego sumergirme durante días en un silencio abrumador, en una soledad tan afilada… Como la gárgola que necesita volver a ser de piedra para despertar por la noche revestida de piel y huesos, así necesito yo al ruido y a la soledad.

En la soledad, como máxima expresión de silencio, se encuentran las respuestas a nuestras plegarias. Los debates internos, las preguntas sin resolver y, finalmente, la respuesta al amor.

Si la soledad es la necesidad de ser uno, el amor es la necesidad de unión; de formar algo más grande que uno mismo. La soledad nos hace mirar al amor; el amor, a la soledad.

¿Cómo integrar silencio y ruido, amor y soledad?

Un amigo solía decir que sabías que habías encontrado a una persona adecuada –no necesariamente una pareja-, simplemente a una persona adecuada, cuando podías pasar tres días con sus tres noches encerrada con ella en una habitación a oscuras, tan sólo hablando, y que el flujo de conversación pudiese durar esos tres días.

Yo añadiría una prueba algo más difícil: ser capaz de estar con una persona dos días con sus dos noches en silencio. Comunicar sólo por gestos y miradas. Entonces sí, aquella era una persona adecuada.

Poder decirle a alguien: no me invades, no me molesta tu presencia, tu compañía me mece suavemente entre sus brazos… eres lo más parecido que tengo a mi soledad, a mi propio silencio… a mi propio ruido, a mi propia música…


A mis propios movimientos espejo, al fin y al cabo.

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