24.5.14

Cuidado con lo que deseas...



Ojalá, alguien, alguna vez,
sea capaz de dejar 
una huella profunda y permanente 
en mi corazón,
aunque lo destroce.

***

Ojalá el corazón
fuese como el rosetón de una iglesia,
que puedas tirar una piedra,
romper toda la vidriera,
y, entonces, que sólo pase el aire.

17.5.14

Naturellement


Me gusta Jack. Me gusta tanto como para no tener que decírselo nunca a la cara. Me gusta esperarlo en los bares y que aparezca siempre media hora tarde, así me da tiempo a recordar cómo se hace un barquito de papel con las servilletas impermeables que ponen a disposición de los clientes.

Estoy sentada en un tugurio, acodada en la barra. He pedido un bourbon solo con hielo y el camarero ha alzado una ceja. Ha entrado tras unas cortinas desgastadas y pegajosas llenas de grasa, como para consultar algo, y después se ha acercado a mí y me ha preguntado que cuántos años tengo. Soy mayor de edad, por supuesto, y tras enseñarle mi documento de identidad, me sirve mi copa sin rechistar. En nuestra sociedad de maquillaje, postizos y silicona hemos llegado a éste punto trágico: que no sepan reconocer a una joven de veinticinco años porque va sin sombra de ojos ni pintalabios. Quizá es que cuesta mucho comprender que una persona no quiera ser otra cosa distinta de lo que es. Yo soy joven, tengo las mejillas suaves y sonrosadas, mis ojos son brillantes y están bien enmarcados por unas cejas que no me molesto siquiera en depilar, ¿para qué voy a querer aparentar tener cinco años más de los que tengo? Si no saben ponerle edad a una persona por la honestidad de su aspecto no es mi problema, es el suyo.

He quedado con Jack y ya van diez minutos de retraso. Bebo un trago largo y me doy cuenta de que el camarero me está mirando fijamente. Quizá esté esperando a que haga una mueca tras beber el bourbon, pero no le complazco. Estoy más que acostumbrada a beberlo. Me pongo a pensar en Jack. Sonrío pensando en que me apetece un cigarrillo y que, cuando se lo pida, él me extenderá un par desde esas cajetillas que ahora los anuncian sin aditivos. Como si así la muerte te fuera a pillar más despacio.

Trazo círculos con el pie en el suelo. Jack me gusta porque no intenta que me guste en absoluto. No es como esos otros chicos que se deshacen en cabriolas y frases hechas para tratar de impresionarme. Es un hombre sin maquillaje para una mujer sin maquillaje. De un realismo sucio perfecto, los dos, a pesar de que no seamos amantes. Bebo otro trago y miro el reloj. Quince minutos tarde. Cojo una servilleta impermeable y abro el bolso. Siempre lo tengo lleno de tickets de compras en el supermercado que meto a toda prisa para poder recoger las bolsas y marcharme a casa, de monedas que ídem, un par de mecheros, tabaco derramado, alguna boquilla y el bolígrafo que estoy tratando de encontrar. Por fin lo tomo entre los dedos y sacudo las manos para quitarme las hebras de tabaco que se me han pegado a la piel.

Escribo, sorprendiéndome de que el papel absorba la tinta:

Me gustas como los sauces,
como la piña colada,
como las noches de verano,
como pasar una mano por la superficie del agua.
Me gustas desde el encanto
y desde el hastío.
Desde el cansancio y el sudor.
Me gustas porque eres real
a esta hora, en este mundo
y existes porque te pienso,
y reconozco tu sonrisa
cuando no la veo.


Es malo, no hace falta decirlo. Pero me gusta como los chupitos de vodka o como los gatos. Me gusta porque es sincero y veo su rostro a través de mis palabras. A veces no hace falta nada más para invocar la presencia de alguien. 

Bebo un sorbo de mi bourbon y veo que Jack aparece. 

Cuando escribes el tiempo siempre pasa más deprisa. Quienes escribimos sabemos que es la única forma de engañar de verdad a las agujas del reloj.

Jack se acerca y se sienta a mi lado. Sé que la muerte nos perseguirá despacio porque estamos destinados a ser los observadores del sufrimiento del mundo.

Me apetece un cigarrillo.

Y entonces él me ofrece dos mirándome a los ojos.

Sin aditivos.



12.5.14

Fóllame despacio, que tengo prisa



Quítame las medias.

sujeta mis manos contra la pared,

háblame entre susurros,

intenta respirar despacio

mientras te hundes poco a poco desde mi pelo

y apareces en mi clavícula izquierda

sin preguntas, sin respuesta.


Aquí y ahora

destroza mi camisa suavemente

con la mirada

y roza  mi cintura con tus dedos,

déjame notar lo que sientes

a través de su tacto.


Estoy triste, niño perdido,

por qué no vienes a prenderme entre tus labios

para mecerme en un naufragio de sábanas.

Adoro cuando mascullas

Me gusta cuando follas porque estás como ausente

y que no soportes ningún libro de Neruda.



Mi piel es joven

pero siento la herida al rojo

de los siglos en mis ojos.

Ya no sé contar cuentos, niño perdido,

no podré pasear contigo de la mano

y llevarte a mi puesto de helados favorito.



El tiempo corre en mi contra

y las llaves de casa han caído a un pozo sin fondo,

ya no tengo refugio en este mundo

más allá de tus brazos,

lugar de no retorno

y de eternas pesadillas.



Si pidiese un deseo a la vida

es tu sombra tras mis pasos,

poder deciros a ambos, por separado,

Fóllame despacio, que tengo prisa.


11.5.14

Tipos de machirulos y machiruladas varias


El objetivo de este post es facilitar la identificación de actitudes machistas de modo que genere reflexión y ganas para que sean combatidas. Si te ofende, es que probablemente estés en la lista y te hayas visto reflejado. Tranquilo, no es el fin del mundo, con esfuerzo, dosis de reflexión y, sobre todo, escucha activa hacia lo que demandan las mujeres podrás darte cuenta de tus fallos como ser humano en este aspecto.

Aviso: Las categorías no son exclusivas entre sí y algunas tienen mucho que ver unas con otras.



El macho guacho:

Las mujeres se clasifican en guarras y novias.

Es el macho orgulloso de ser macho y, por ende, misógino. Probablemente se denomine a sí mismo políticamente incorrecto (en lugar de decir "soy una basura humana", y ya). No tiene conflictos con la idea de ser un australopiteco, está encantado de conocerse y de reconocerse como del sexo superior. Trata a las mujeres como objetos, las denigra, las humilla, las insulta... Todas putas, está claro, pase lo que pase y hagas lo que hagas. Es el machista al descubierto, ¿lo bueno? que no deja dudas de su forma de pensar y se identifica a tres metros de distancia. El resto son, por lo general, más difíciles de descubrir.

El paternalista:

A ver, cielo, ¿no ves que no puedes sola? Déjame, que ya lo hago yo.

Él adora a las mujeres. Las adora. Y no quieren que se hagan daño, son criaturas débiles y delicadas a las que cuidar. Ya no es sólo que les abra la puerta siempre para que pasen ellas primero, es que les quita el martillo de las manos cuando hacen bricomanías, las aconseja aunque no hayan pedido su opinión y pretende tomar las decisiones de las mujeres él mismo. Piensa en las mujeres como seres infantiles que no saben qué hacer con su cuerpo o con su vida, así que ahí está él para salvarlas y tratarlas como las flores que son. Te llama cielo, cariño o encanto sin conocerte. Amparándose en la caballerosidad -no confundir con educación- trata a las mujeres como seres incapaces y lelos. Si es educado, aplicará las mismas normas con hombres y mujeres. Si no es así, es un machista paternalista. Un ejemplo muy arraigado en Andalucía es la costumbre de llamar a las mujeres -sólo a las mujeres- niñas. Te lo llama hasta un desconocido cualquiera por la calle para referirse a ti, aunque tenga tu misma edad. Ya se sabe, somos seres infantiles, incompletos y dependientes sea cual sea nuestra edad y experiencia. ¿Os lo tengo que explicar mejor, niñas?

El inconsciente:

Yo no he sido machista en mi vida, qué sabrás tú, mujer.

Él no es machista. ¡Que no, que no, que tú eres una exagerada que no lo entiende! Es que cuando él acosa con la mirada a las mujeres por la calle, cuando se encuentra a una pareja hetero y sólo habla con él mientras la ignora a ella, se ríe de las mujeres que no se depilan, hace chistes machistas, habla despectivamente de una mujer porque no le parece atractiva y deja que su madre le prepare siempre la comida no está siendo machista, mujer, es que ¡es lo normal! El inconsciente, que si le queda alguna neurona en el fondo no es tan inconsciente, se ampara en la psicología de grupo para tener la conciencia tranquila. No le interesan los derechos de las mujeres lo más mínimo ni se detiene a escuchar lo que las mujeres tienen que decir, él sólo quiere seguir siendo un cerdo machista sin que le llamen cerdo machista a la cara ¿tan difícil es de entender? Sus privilegios no se mencionan, no vaya a ser que a alguien se le ocurra la idea de quitárselos. Y cuando lo arrinconas salta con esa mierda de: ¡pero a las mujeres os dejan entrar gratis en la discoteca! Venga, piensa por qué, machote. Inconsciente e irreflexivo, ¿veis? Un gilipollas.


El igualitarista:

Yo no soy feminista, creo en la igualdad.

La igualdad, ese ente tan invocado como ausente.

Plas plas plas. Tenemos aquí un hombre que no se ha molestado siquiera en abrir un diccionario. Tiene la misma idea de feminismo que una patata muerta. Se le podría sentar y explicar taaantas cosas... pero mejor ignorarlo, a menos que esté dispuesto a pagarnos la formación feminista que le hace falta. No se puede ir de educadoras por la vida de gratis. No, no, si él cree en la igualdad, PERO... sin pasarse, no vayamos a ser muy iguales que entonces a lo mejor no interesa.

El comumacho:

(o socimacho, anarcomacho, macho queer o cualquier otra mezcla donde cualquier discurso ideológico deje a las mujeres como última opción)

Feminismo, sí, pero DE CLASE. Yo no soy machista, ¿no ves que soy de izquierdas, camarada?

El comunismo es lo primero, camaradas. Por supuesto, queridas mías, las reivindicaciones feministas son necesarias en los panfletos comunistas, somos los que históricamente os hemos defendido, nenas -las mujeres feministas en la historia, hayan sido comunistas o no, no cuentan porque son ELLOS los que vienen a salvarnos oé oé- pero ay... no es una prioridad. Antes que los derechos de la mujer van los derechos del obrerO. ¿De qué le sirve a la mujer obrera que haya mujeres burguesas, eh? La mujer burguesa OPRIME a la mujer obrera. Es por tanto necesario, camaradas, que la liberación sea de clase PRIMERO. Luego, ya si eso, nos ocupamos del feminismo o de otras cosas menores como el exceso de ruido en los aeropuertos. Chicas, cuando abramos un ojo tendremos “La declaración de los derechos del hombre y del ciudadano II, LA VENGANZA” o “La declaración de los derechos del obrerO comunistO”. ¡¡Arriba, falos de la tierra!!

El femimacho:

Espera, que os voy a decir a las mujeres qué tenéis qué hacer con el feminismo.

Se declara abiertamente feminista -entre mujeres seguro, ante hombres quizá ya no tanto-. Puede que haya leído incluso algunos libros feministas, pero o tiene la compresión lectora de un mapache o realmente es que no le interesa. Normalmente lo hace para ligar más. Todo el mundo sabe que las feministas son las más innaccesibles de las hembras humanas, así que se camufla. Y sí, algunos llegan tan lejos como para coger un libro feminazi y poner cara de interés mientra hojea las páginas. Así que, ya que lo hace, pues intenta darte consejos: “No, a ver, déjame que te explique, que no estás entendiendo lo que quiere decir Solanas, se trata de una metáfora bla bla bla”. Son los machos iluminados que se infiltran entre nosotras para echar un polvo y, ya que están, revelarnos nuestro verdadero lugar en el mundo. Calladitas y escuchando, que habla un macho.


El maltratador:

El machismo es violencia de por sí. Da igual qué forma adopte. Simplemente es odio, incomprensión o miedo ante el género femenino. La triste realidad es que, cualquiera de los machirulos arriba mencionados, puede convertirse en un maltratador o en un asesino. Es pura lógica patriarcal: Se empieza despreciando, siendo paternalista... luego se insulta, se humilla, se agrede físicamente... es un efecto bola de nieve.

Un maltratador, un asesino de mujeres no es un enfermo: es un hijo sano del patriarcado. Por eso es tan importante combatirlo en todas y cada una de sus formas.




Si me animo a lo mejor hago un post con machistas femeninas, otro gran mundo que descubrir.

9.5.14

Crónica de una muerte anunciada


El fin del mundo llegó en el año 2012.

A pesar de las diversas profecías que lo anunciaban, realmente nadie le hizo mucho caso. En el siglo XXI estábamos tan acostumbrados a las catástrofes que ya habían acontecido en los escasos años que llevábamos estrenando milenio, amén de las experiencias e historias heredadas del siglo anterior, que cualquier predicción ligeramente más apocalíptica que la realidad, como el fin del mundo, sabía más bien a poco. Sin embargo, el escepticismo del que éramos partícipes no impidió que el fin del mundo se precipitase sobre nosotros.

No faltaban imaginativas hipótesis acerca de cómo se suponía que debía ser: lluvia de meteoritos, el cielo partiéndose en dos, inversiones magnéticas de los polos, fatales erupciones solares... nada de eso ocurrió. Sí, claro, tuvimos una colección de desastres naturales interesantes ese año: huracanes, intensa actividad solar, deslizamientos de tierra, muchos huérfanos vagando por encima de los escombros de lo que antes había sido su hogar... pero era el hollywood del noticiario acostumbrado en televisión. Cuando veías desde los cinco años a niños de tu edad muriéndose de hambre en los anuncios de Oxfam o Unicef, terminabas aprendiendo a hundir tu cara en el vaso de cacao expoliado a esos niños de la pantalla que, precisamente, se morían de hambre para que el niño blanco tuviese su vaso de cacao líquido sobre la mesa. Ya se sabe, desgracias sobre las que nadie puede actuar debido a la inmensa culpa compartida.

Tal vez lo más reseñable de cuando llegó el fin del mundo es que nadie supo realmente que lo era. No hubo muertes más significativas ese año que en los anteriores, las pandemias siguieron asediando a la humanidad con la acostumbrada virulencia de siempre, incluso ingresó un número de gilipollas semejante al de otros años en la universidad. Un pequeño puñado de personas, quizás las más sensibles, sí que se percataron de algo, aunque no pudiesen describirlo más que como el incómodo zumbido que subraya un mal presentimiento. Y, en este caso, se trataba de las garras de la fatalidad adueñándose de los destinos de toda la humanidad. 

Sea como fuere, todos los habitantes del planeta Tierra se dieron cuenta, de repente, de que en el año 2012 atravesaban un mal momento, como si reviviesen el inicio de la guerra de Afganistán o el crack del 29. Sin embargo, todos pensaron que se trataba de una mala época, como una crisis económica o una precaria cosecha, pero no: era el fin del mundo.

En el fin del mundo, toda la humanidad murió sin saberlo. No me malinterpreten: las personas continuaban caminando como siempre, los niños seguían naciendo y creciendo... pero lo cierto es que estábamos más desalmados que nunca. Éramos caminantes vagando por un mundo muerto, cadáveres nuevecitos que nacían a un mundo muerto. Es como si en todo el universo se hubiese terminado el hálito vital que insuflar a los cuerpos, y las almas que recibían los nasciturus fuesen espíritus reciclados, maculados, de segunda o de tercera mano, mientras que los que fenecían se marchaban para siempre y nadie les recordaba. De este modo dejaron de aparecer nuevos talentos y los héroes se fueron quedando más y más solos en una marea humana que no cesaba de crecer a pesar de los notorios fallecimientos.

La humanidad había muerto en el pecho de cada ser humano y, por eso, tanto los que ya estábamos como los que nacían, realmente nos encontrábamos cada vez más solos. Todo eran tragedias personales: los ermitaños dejaron de disfrutar de su soledad, los eruditos no se hacían cada vez más sabios, las personas alegres tenían que beber mucho para estar contentas y los amantes no se amaban de verdad. El apocalipsis había llegado y estaba entre nosotros; y nosotros, ignorantes, seguíamos preocupados por los créditos del banco, por ir al supermercado a principio de semana para obtener pescado fresco, por estudiar para el examen más cercano o por tener dinero suficiente para pagar la gasolina del mes próximo. 

A quienes les quedaba algo de luz en el corazón notaban cómo ésta era cada vez más débil y, poco a poco, el planeta se encontró repleto de habitantes oscuros o, como mínimo, ensombrecidos. Las escasas personas que éramos conscientes de lo que ocurría fuimos incapaces de comunicárselo al resto, porque los demás tenían demasiada prisa para detenerse a escuchar o a entender. De este modo, unos y otros nos sumergimos, a sabiendas o no, en una desesperación que cada noche pesaba más y más. Éramos como ratas que por más que corrieran por el barco finalmente perecerían junto a él cuando éste se hundiese.


Y así fue como llegó el fin del mundo. 

Mientras, el mundo continuó girando, año tras año, ajeno a toda posible esperanza.